«Los imperativos morales que se desprenden de las enseñanzas sociales de la Iglesia no sólo obligan en el ámbito privado sino también en la dimensión pública de los bautizados. El Concilio recuerda que «el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época». Estos principios morales obligan también a legisladores y gobernantes, porque son exigencias del bien común.
San Juan Pablo II repetía con frecuencia, primero, que la Doctrina Social de la Iglesia tiene, en continuidad con la Tradición, valores de carácter inmutable como el origen divino del poder civil, el destino universal de los bienes, o el bien común como principio de legitimidad jurídica del orden político. Y segundo, que «los laicos no traducen la Doctrina Social de la Iglesia en comportamiento concreto porque no se enseña ni se conoce adecuadamente».
La Doctrina Social de la Iglesia está llamada a realizar criterios de juicio, con la mirada puesta en la salvación de las almas, sobre los sistemas económicos y los regímenes políticos vigentes. Ha realizado un juicio severo y definitivo por ejemplo sobre el comunismo, el liberalismo político y económico, la democracia cristiana, la masonería, el nazismo o el fascismo italiano.
También la Doctrina Social de la Iglesia realiza orientaciones para la acción. El Concilio recuerda también en grave advertencia que «el cristiano que falta a sus deberes temporales, falta a sus deberes con el prójimo y con el mismo Dios, y pone en peligro su salvación eterna».
El distributismo de G. K. Chesterton e Hilaire Belloc, partiendo de los principios y valores inmutables que proclama la Doctrina Social de la Iglesia, es uno de los intentos mejor acabados de traducir en propuestas concretas los imperativos políticos y socio-económicos de un orden social cristiano».
Elvira Díez –
Un libro espectacular.